Terminó el desfile
"Dejadme ir a la casa del Padre".
Juan Pablo II
No creo que alguna vez le haya hablado a mi papá de mi
aversión por lo bélico, de mi antipaticura por lo militar. Dudo que hubiese
sido posible, porque él vivió en ese mundo. Admiraba el estricto orden, la
planificación, la estructura y la estética de sus puestas en escena. El saludo,
el uniforme, los desfiles eran parte de su pasión…
Escucho pasar los aviones frente a mi ventana en lo que es la
salutación del 5
de julio y los recuerdos me visitan con destellos del Paseo de Los Próceres,
de su mano. De pequeños, La
Nacionalidad - nombre de todo el complejo peatonal- era no solo lugar de paseos
con mi hermano Federico en nuestros triciclos –vivimos en un acogedor
apartamento en Santa Mónica gran parte de mi infancia- también era espacio de
desfiles militares a los cuales mi papá nos llevaba religiosamente en cada
fecha patria que se celebrase y el vuelo rasante de los aviones -ese que escucho
ahora- era el culmen del evento, hora de regresar a casa.
Pasa otro avión y ya todo mi cuerpo sonríe ante su recuerdo y
corro a la ventana. Después de que nos mudamos, cada avión que pasaba sobre nuestra casa era motivo de movilización. ¡Y vivíamos cerca de La Carlota! Era nuestro desfile particular.
Su vida profesional, como ingeniero, siempre se movió del
lado del sector militar en una oficina adscrita al Ministerio de Defensa; gran
parte de sus amigos perteneció a esa familia y aunque nunca quiso asimilarse
- “Yo no le voy a hacer caso a un ‘pandorgo’*”- la verdad es que le daba mucho
crédito al sistema y estuvo orgulloso de trabajar para él. Vio desfilar a muchos ministros y muchos directores de su despacho pero siempre se las apañó para justificar los cambios menores en nombre de un bien mayor: "el orden de lo establecido". Aún jubilado, lo llamaron para supervisar, bajo contrato, el complejo
de edificios dentro de Fuerte Tiuna a lo largo de la autopista Valle-Coche, vía
Tazón, y que, en sus últimos años, y con angustiosa lástima, vería deteriorarse.
Respetuoso de jerarquías y callado admirador de las acciones
civiles progresistas de Medina Angarita y Pérez Jiménez, en sus últimos años
llegó a arrepentirse de su voto al militar Chávez cuando se dio cuenta de que había
sido la “guachafita” y no el orden lo que había llegado al poder.
Estoy segura de que, como niños, disfrutando del algodón de
azúcar y los helados, mi hermano y yo vimos muchas tanquetas y jóvenes portando
armas en escrupuloso silencio desde la candidez de un plan de salida con papá. Es
inútil pensar si, de seguir vivo, él hubiese llevado a sus nietos y bisnieto a algún
desfile. Quizá lo visual lo siguiese seduciendo…
Sé que yo no fui nunca más ni llevaría a nadie a ver ese “espectáculo”, como le decía él a un sinsentido.
No estaré jamás de acuerdo con propuestas violentas ni inversiones de ningún
tipo –sociales ni militares- que se escuden en palabras de igualdad y que anulen la voluntad de un individuo, en menoscabo de su libertad y crecimiento.
Finalmente, y muchos años después de su partida, permito que permanezcan
a mi lado el recuerdo de su escrutadora mirada y su orgullosa sonrisa viendo lo
que para él era el futuro de un país de progreso. Terminó el desfile, papá.
*Pandorgo: Lerdo, tonto.
Isabel Lessmann E.
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