Inocencia, inocencia...

¡Cómo crecen nuestros niños de rápido estos días! Sin importar cuántas veces se diga o peor aún, cuántas veces intentemos ocultarlo, su inocencia se pierde en un círculo vicioso de pobreza, violencia, trabajo infantil y desarraigo familiar que les hace desaparecer a temprana edad, a convertirse en adultos demasiado rápido, a perderse entre anti-valores y, peor aún, a perder la fe y confianza en la humanidad.
Este 12 de junio se conmemoró el Día Mundial contra el trabajo infantil, instituido por la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en el año 2002 como una manera de llamar la atención sobre la gravísima situación de 115 millones de niños (más de la mitad de los 215 millones que se calcula que trabajan en el mundo) que realizan trabajos que les privan de su niñez: No van a la escuela, no juegan y muchos no reciben alimentación ni cuidados apropiados.
Más de la mitad de estos niños están expuestos al trabajo en ambientes peligrosos, a la esclavitud, y a otras formas de trabajo forzoso y actividades ilícitas, incluyendo el tráfico de drogas y prostitución, así como su participación involuntaria en los conflictos armados. Estos menores, estos niños, pueden vivir entre productos químicos tóxicos, temperaturas extremas, tareas repetitivas y embrutecedoras, aislamiento y la denigración. Destruyen sus vidas... las dejamos destruir...
A propósito de la fecha, este año, la OIT publicó el informe Niños en trabajos peligrosos: Lo que sabemos, lo que debemos hacer” en el que actualizan cifras y presentan estadísticas aterradoras que entre otras cosas revelan que no sólo la esclavitud infantil sigue vigente sino que cada minuto del día en algún lugar del mundo hay un niño trabajador que sufre un accidente, enfermedad o trauma psicológico relacionado con su trabajo.
En las Américas, la prevención y combate del trabajo infantil es uno de los objetivos incluidos en la Agenda Hemisférica para generar Trabajo Decente promovida por la OIT para el período 2006-2015 y si bien ninguno de nuestros países es ajeno a la realidad del trabajo infantil, en Venezuela el trabajo lo llevamos a la mitad y estamos entre los cinco últimos países que tenemos vigente la prohibición pero aún no tenemos una lista formal de los trabajos peligrosos para erradicarlo de una manera sistemática y definitiva.
Como si fuera poco, hoy el diario Últimas Noticias de Venezuela publica un interesante y contundente reportaje sobre la violencia en las escuelas en el que da cuenta de las víctimas que deja a diario un creciente fenómeno que no sólo tiene la forma de golpes, insultos y amenazas entre los mismos niños y jóvenes sino que ha alcanzado a los docentes; sólo este año, la Federación Venezolana de Maestros ha recibido 47 de denuncias de profesores que han sido agredidos por alumnos, entre ellos, amenazas de muerte…

Y mientras pareciera claro el perfil de los victimarios: Abandono por parte de los padres, maltratos familiares, agresividad y no respetar normas ni límites, el complemento perfecto lo encontramos en los padres que: culpan al colegio, se muestran indiferentes ante la situación, justifican al hijo y actúan de manera violenta…
¿Se puede hablar de culpas y/o responsabilidades? ¿Situación económica mundial, falta de apoyo de las instituciones del Estado, exagerada exposición a muestras de agresividad y violencia, falta de moral, afecto, amor...?
¿Sabrán esos niños que vinieron a esta vida a ser felices? ¿Sabrán que la humanidad entera les respeta, les ama, son su más importante fuente de amor y alegría y cifra sus esperanzas en ellos?
¿Alguna vez habrán escuchado hablar de los valores? ¿Cómo es su vida familiar, si es que tienen familia? ¿Dónde están sus padres? ¿Les dieron amor? ¿Les dejaron reír, cantar, jugar? ¿Dónde están los responsables? ¿Qué estamos haciendo para liberarlos, para que la inocencia se convierta en un escudo, en unas alas, en una sonrisa..?
¡Hay que tener valor!

Isabel Lessmann E.

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